Una mañana fuimos a una mesa redonda sobre realidad y mito. Ahí empezó la seducción. No podía evitar acercarme a él y besarlo cuantas veces se me antojara. Acariciar su cuerpo joven, duro, torneado y saborear su lengua, cuello y pecho. ¡Qué manera de encenderme con solo tocarme! ¡Qué manera de reaccionar mi piel junto a la suya!
Al terminar el evento salimos al estacionamiento de la escuela. Lo acerqué a mí cuando cruzábamos un área muy solitaria. Mis manos bajaron de su espalda a sus nalgas, firmes y grandes. Sus manos subieron de mi cintura hacia mis senos, mientras nuestros sexos se frotaban, una y otra vez, cada vez más fuerte.
Mi vagina se humedeció. Mis pezones quedaron erectos y mi corazón palpitaba a mil por hora. Hasta que dije: "Vámonos a otro lado". No pudimos. Era tanta nuestra excitación que en lugar de irnos, buscamos ahí mismo un rincón oscuro y menos visible. Lo hallamos.
Me levantó la falda y tocó mi sexo, húmedo a mares para entonces. Metió y sacó de mi vagina uno de sus dedos, una y otra vez mientras yo gemía de ese placer no imaginado. Desabotonó mi blusa y lamió mis senos, mordisqueando los pezones. Nada importaba ya a mi alrededor. Pasara gente o no, nos vieran o no. Me hinqué frente a él para chupar su pene. Mi primer encuentro con su miembro. Enorme, sabroso, caliente.
Entonces me incorporó y me volteó dándole la espalda. Me inclinó hacia adelante y me penetró. Cuantas veces quiso, yo quise. Cada vez más fuerte, cada vez más rápido. Hasta que "se vino", dentro de mí. Después ahora él se agachó frente a mí y me estimuló el clítoris con su lengua, con movimientos cortos y muy rápidos. Endurecí las piernas y las nalgas y no tardé en llegar al orgasmo, ya casi gritando.
Cuando terminé, comenzamos a vestirnos entre risas, y quizá hasta nerviosos, pero todavía besándonos y con esa mirada brillante y pícara que sólo te da una buena cogida.
domingo, agosto 20, 2006
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